Cuaderno de bitàcora: Esta entrada está basada en mi experiencia en el Erasmus que estoy viviendo ahora mismo. Puede que te sientas identificado con todo, con nada o solo con algunas cosas; puede que te traiga muchos recuerdos o que te sirva de guía si te vas a ir a vivir un año en Siena.
No sabes muy bien cómo, pero un día te encuentras mandado correos y sumergida en la maravillosa y súper funcional web de tu universidad tratando de encontrar información sobre el programa Erasmus que ofrecen. Es diciembre y no tienes ni idea del papeleo que te espera, pero tú te la juegas y te apuntas sin pensártelo dos veces.
Llega el día en el que salen las plazas: nervios… ¿a dónde me podré ir?…, ¿norte o sur?…, ¿me cogerán dónde pida?…, ¿qué asignaturas podré elegir?… Sin saber cómo, de repente tienes un trabajo enorme: encontrar la universidad que más se adecue a tu carrera; pero tienes que ser sincera contigo misma y aceptar que tu media es muy media. Y sabes que tienes que olvidarte de los mejores destinos: adiós Polonia, adiós Dinamarca, ¿Hamburgo? Ni de coña. Eres realista y sabes que tienes que elegir entre Italia, Portugal o ciudades desconocidas de Francia o Alemania. Te da rabia porque querías conocer una cultura muy diferente a la tuya pero eres el número 165 de la lista en elegir y, qué quieres que te diga, te lo mereces: te has pasado los tres primeros años de carrera viendo series y saliendo todos los fines de semana; eso de estudiar lo has dejado un poco en la recámara. Aun así calculas y recalculas el número de plazas que hay en cada ciudad: tal vez, por casualidades de la vida, los 164 alumnos que van por delante de ti rechazaran la suya, pero al final aceptas la realidad.
Ya es febrero y tienes que elegir una ciudad. Después de repasarte una y otra vez las carreras y asignaturas de las plazas que te han ofertado, y comprobando en qué idioma se dan las clases, y chequeando una y otra vez el número de plazas que hay en cada ciudad, estás un poco decepcionada porque lo que queda son los restos que nadie ha querido. Sin embargo y a pesar de todo, te tiras a la piscina. Acabas eligiendo Italia porque es el idioma que menos te va a costar aprender: del alemán nos despedimos sin ni si quiera plantearte aprenderlo. ¿Francés? Ya no queda nada de esas clases que diste en el instituto.
Ahora que ya sabes el país, te toca elegir la ciudad: a ver en cuál puedes aplicar la solicitud con un B2 de inglés… Ecco! ¡Siena! Recuerdas la ciudad de cuando diste la Piazza del Campo en historia del arte y de cuando fuiste a Italia con el instituto. Recuerdas ese medio día que pasaste en verano y las fotos que te hiciste allí. Lo cerca que estaba de Florencia y de Pisa. Y que te sonaba que la ciudad era muy bonita. A pesar de tener claro que te vas a ir a Siena (porque además hay 10 plazas y seguro que no te las quitan todas) entras en erasmusu para ver qué han opinado otros exerasmus: bueno no hay mucha fiesta y pone que la ciudad es cara, pero en fin… Quién dijo miedo, te la juegas y el 11 de febrero vas a Móstoles a RRII de la URJC a aceptar tu plaza en lo que será tu casa en los próximos 6 meses.
¡¡Genial, ya tienes adjudicada tu plaza!! ¡¡¡Qué bien!!!, ¡¡¡qué felicidad!!!
Avisas a todo el mundo, haces un copy paste en Whatsapp y actualizas todos tus perfiles en las redes sociales dando la noticia. Pero algo falla: no te sientes tan bien como deberías. De repente te entra un miedo terrible: te vas sola a una ciudad donde no dominas el idioma. Estarás al menos 6 meses… ¡Sola! Tú, que nunca has pasado más de un mes sin tus padres, que en tu vida has cocinado más que un huevo frito o un filete de pollo… Te vas a no sé cuántos kilómetros, lejos de tu familia y de tus amigos, a vivir con desconocidos que ¿y si tienen brotes psicóticos?, ¿y si no les caes bien y te hacen el vacío? Te tiras en el sofá a llorar porque realmente no quieres irte aunque sabes que lo vas a hacer. Estás cagada de miedo y te sientes una niñata que no se merece lo que tiene por no querer adentrarse en lo que será, dicen, la experiencia más enriquecedora de su vida.
Pero tenían razón: no sabes lo que te espera, no sabes la de gente maravillosa que vas a conocer, ni la de cosas que vas a aprender. Lo mucho que vas a reír y lo poco que vas a llorar (que también). No sabes la de cosas nuevas que te esperan, de lo mucho que vas a crecer y evolucionar en menos de un año. No sabes lo que vas a echar de menos a tus padres, a tus amigos, a tu perro, ¡dios mío, cómo vas a echar de menos a tu perro! La carne, el pescado, el tomate frito, las Mahous, el volver a casa a las 7 de la mañana, el McDonals, el español… Pero lo que sí que no sabes, y yo aún tampoco sé, es lo que vas a echar de menos Siena, el italiano, la pasta, la pizza riquísima y baratísima, la Gota d’Oro, y a tus nuevos amigos. A esos los vas a echar de menos mucho más que a tu perro, seguro.
Paulala Luengo Almarza